QUINCE AÑOS PARA FESTEJAR

Su nombre es Maximiliano Polo, pero en Azul, ciudad en donde vive con su familia, lo conocen por el chico del trasplante o el chico de los bizcochitos.

Hace 15 años, un 3 de agosto, luego de mucho tiempo internado por varias intervenciones, Maximiliano recibió un corazón que le aseguró poder vivir.

Como toda historia, existe una previa al final feliz y ésta no es la excepción a la regla.

Luego de que en junio de año 2006, a sólo días de haber cumplido sus 18 años Maxi comenzara con algunas molestias estomacales, decidió hacer una consulta médica en Buenos Aires para descartar cualquier complicación y quedarse tranquilo. Después de dos semanas de estudios, placas, idas y vueltas, quedó internado por una cardiopatía dilatada que había avanzado rápido haciendo que el corazón del tercer hijo de la familia Polo estuviera más grande de lo normal, por este motivo y luego de un tiempo, Maxi entró en lista de espera para recibir un trasplante de corazón.

Fueron muchas situaciones, altibajos propios del proceso de trasplante, pero nada hizo que Maximiliano se diera por vencido.

Aquellos días en que estuvo internado esperando el órgano, algunas veces pensaba que soñaba y otras entendía que todo lo que estaba pasando era real. Recuerda que todos los días, desde la cama del hospital, podía ver una flecha borrosa que apuntaba a una lamparita, ésta se prendía unos momentos antes de escuchar la voz de su papá cuando entraba a terapia para acompañarlo y se apagaba unos instantes antes de que su papá se despidiera hasta el otro día. Muchas veces quiso buscarle una explicación lógica a los avisos que le daba esa lamparita, pero nunca pudo ya que al volver al lugar en donde había estado internado, contó que “no había nada de lo que veía, no era ni parecido”.

Aferrado a la vida como nadie, el chico de los bizcochitos puso toda su energía para salir después de tanto pasar, esa que había recargado con la presencia de su familia, especialmente de su papá que no lo dejó solo ni un minuto durante la espera.

Muchos fueron las y los médicos que le pronosticaron una vida diferente debido a lo que atravesó, pero jamás pensó en rendirse y siempre fue por más.

Maxi, el chico trasplantado o el de los bizcochitos, pudo sortear todas las situaciones gracias al amor de cada una de las personas que fueron parte de esta cadena de solidaridad.

A quince años de su trasplante, Maxi lleva adelante otro proyecto importante en su vida: una panadería con la producción de unos bizcochitos riquísimos, acompañado junto a la familia que formó con su compañera de vida Camila y sus hijos Benicio y Felicitas (por orden de llegada).

Hoy el corazón de Maxi sigue siendo grande, esta vez, por todo el amor que recibió y que tiene para dar como agradecimiento a la solidaridad de las personas que, pese al dolor, piensan en salvar vidas como la suya, el chico de los bizcochitos.